24 dic. 2009

Papá Noel en aprietos

Ayer fui con mi hijo al parque, y como es costumbre en esta época, había un Papá Noel metido dentro de una carpa, sentado en su trono, dispuesto a tomarse fotos con los niños. La cola de enanos era kilométrica y aquella carpa no era, precisamente, la fresca tienda de un jeque, sino un asfixiante armatoste de plástico. A las dos de la tarde el sol derretía hasta las ideas y no soplaba ni un poco de brisa. A pesar de los dos ventiladores y de las chicas que lo hidrataban con vasitos de agua, Papá Noel lucía sofocado. Aquel hombre (un abuelo contratado por su barba, pero quizás más por su pobreza) era un fuerte candidato al paro respiratorio.

Al verlo así, en aprietos, lo imaginé en el marco de una versión más tropical. Por ejemplo, luciendo indumentaria de lino para satisfacer a los espíritus más fashion, o sencillamente en shorts y sombrero panamá, sandalias y barba de tres días. La imagen no correspondería con la de nuestros sueños infantiles, es cierto, pero más vale un Papá Noel afuera que adentro de una ambulancia. Porque darle una alegría a un niño no amerita sacrificar la vida de un adulto ¿O sí?

Papá Noel (San Nicolás, Santa Claus, o como quieran llamarlo) es un personaje rabiosamente pop, como lo puede ser Barney. Parece un Dios gentil y obeso, y ocupa un lugar primordial en los altares infantiles. Mi hijo, por ejemplo, estuvo hablando de Papá Noel durante todo el año, desde enero hasta noviembre, y cada vez que veía un avión surcar los cielos decía: “¡Papá Noel! ¡Allá va Papá Noel!” Yo le explicaba que no, que Papá Noel no venía en avión sino en un trineo empujado por renos, una especie de venados voladores, pero que todavía faltaba para verlo, que tuviera paciencia. Sin embargo él insistía: “¡Papá Noel! ¡Allá va Papá Noel!”.

La leyenda se perdió en el camino y ya no responde a una tradición específica. Santa Claus, a estas alturas, es un damnificado de sí mismo. Si es originario de Bari, de Laponia, o del Polo Norte, a nadie le importa. Además, desde que en 1931 la Coca Cola lo absorbiera como imagen de sus diabólicas botellitas, el personaje se ha prestado para todo tipo de dislate. Ya no se trata de una tradición sino de una distracción. Ya no es un mito sino un entretenimiento.

Hace rato que los Reyes Magos perdieron popularidad. En España hay personas, campeones de la epopeya bíblica, que luchan por imponer a los Reyes frente el exitoso Santa. Quizás la indumentaria demasiado “Oriente Medio” de Melchor, Gaspar y Baltasar, sus barbas excesivamente pobladas y sus gigantescos turbantes, no ayudan a la simpatía (ni calman la paranoia) occidental. Frente a un hombre que trae regalos a nuestros hijos disfrazado de Osama Bin Laden, preferimos mil veces a Santa, por más que este se encuentre al borde de un accidente cardiovascular.

Yo me solidarizo con todos los Papá Noel de Argentina y de aquellos rincones del mundo donde haga calor en las Navidades. Estos individuos –presumiblemente desempleados o rematadamente locos-- son héroes invisibles cuando el termómetro toca los cuarenta grados. Frente a nuestro queridísimo niño Jesús, quizás demasiado dependiente del pesebre, el bueno de Santa ofrece un sentido mundano y ecuménico que me simpatiza y al que soy afín. Por ello propongo la creación de un sindicato que lo ampare (seguro social, montepío, atención de urgencias), para que en un futuro no lejano obtenga justas reivindicaciones. No hablo de subsidiar la compra de potentes aires acondicionados, pero sí que se le permita llevar bermudas, chancletas y sombrero panamá, y no esos pesados y asfixiantes atuendos que bien podrían lucir los esquimales.

¡Feliz Navidad!

Publicado en: http://prodavinci.com/2009/12/24/papa-noel-en-aprietos/