21 feb. 2010

Novedades editoriales

La editorial Norma Argentina acaba de reeditar en Buenos Aires mi novela Bajo tierra. Cuando salió en Venezuela el año pasado, escribí unas palabras, que leí en la presentación. Casi un año después, las comparto ahora con los lectores y amigos cuatreros.


Bajo tierra nació, como muchas cosas nacen, de un extravío, de una equivocación.

Todo comenzó con un striper. Sí, uno de esos tipos que se desnudan en las despedidas de solteras. Una amiga me contó la anécdota. Y en este caso fue una anécdota sorprendente, o por lo menos eso me pareció, pues no se trataba de un stríper cualquiera, sino de un striper tímido. Frente a una tropa de mujeres embochinchadas, el tipo no se quería quitar la ropa.

Comencé a escribir un relato sobre este personaje. Y el caso es que a medida que avanzaba la historia, el dichoso striper cada vez iba quedando más y más rezagado, y al final quedó tan absolutamente fuera, que terminó por salir del conjunto y convertirse en un cuento aparte, que más tardé publiqué.

Las historias subsidiarias, periféricas, residuales, que habían surgido en la escritura de ese relato (un padre desaparecido, una ciudad subterránea, las migraciones urbanas) pronto se convirtieron en la fuente principal de Bajo tierra, donde no hay stripers, ni despedidas de soltera.

Así comencé a trabajar con las sobras, los desechos de aquel relato, y pronto percibí que sólo una novela iba a poder contener aquello. Y trabajar con sobras, con desechos, me estimuló mucho. Quizás porque tienen la virtud de conformar una galaxia de cosas flexibles. Es como moldear una masa amorfa, y todo lo amorfo es dúctil. Y con esas historias aparentemente secundarias (y digo aparentemente pues todo lo importante, lo realmente importante para uno siempre se demora en aparecer) se fue armando la novela.

Dicen que sólo se puede escribir un relato policial o un relato de viaje. De ser esto cierto, yo sería más viajero que detective. Y bueno, con mi equipaje precario, me senté en la butaca, y Bajo tierra fue naciendo o viajando, y lo hizo como una búsqueda de sí misma. Averiguar qué era, qué traía entre manos. Y para responder a esas preguntas era necesario inventar, porque uno inventa para entender.

Y luego me tocó encargarme de su cuidado, darle de comer. Así me convertí en algo parecido al guardián de la jaula de un león: ese señor vestido de caqui, que alimenta a una fiera. Todos los días le acerqué su comida y su bebida para que sobreviviera. Y si yo no acudía a diario a la jaula, la fiera iba palideciendo. De modo que así fue la cosa. Y a medida que pasaban los meses dándole de comer y de beber, aquella fiera fue creciendo, y también se fue domesticando. Aunque nunca terminé de saber quién domesticó a quién.

Poco a poco entendí qué era ese largo relato que estaba escribiendo, y entonces aparecieron claramente los temas de la novela, mis oscuras intenciones: la búsqueda del padre desaparecido y la invención de un improbable reencuentro, la migraciones humanas que nutren nuestra ciudad, y la necesidad de construir una ciudad que fuese espejo de la otra, porque siempre he pensado que hay otra Caracas, no sé dónde diablos, pero existe, en el pasado, en el futuro, arriba, o abajo, detrás, pero existe. Y entre esos dos planetas: la búsqueda del padre y la ciudad inventada, entró, como una cuña, el descenso: bajar, caer, hundirse, como punto de conexión de todo. Porque en mi caso el descenso fue el hilo que unió esas dos obsesiones, que es como unir, mediante una escalera, dos espacios vacíos.

Muchas gracias.

5 feb. 2010

Si es falso, mejor

Mientras pensaba en proponerle al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires la creación de una biblioteca de libros plagiados, falsificados e inauténticos, di con esta información: el gran falsificador de obras arte, Shaun Greenhalg (Bolton, Inglaterra, 1961), quien estafó a centenares de instituciones, marchands y coleccionistas, cuenta hoy en día con una muestra retrospectiva de su “obra” en uno de los museos más reconocidos del mundo: el Victoria and Albert Musuem de Londres.

Organizada por Scotland Yard, esta atípica exposición es, al mismo tiempo, la muestra de un alto talento artístico y el viaje a las estrategias, evasiones y modus operandi del negocio de la falsificación, donde Geenhalg fue uno de los más grandes, mejor pagados y más excéntricos.

Desde 2007 cumple condena por fraude, pero durante muchos años puso en marcha, junto con toda su familia, una fantástica empresa delictiva donde su indiscutible talento impidió que los especialistas de la Tate Gallery, Sotheby´s, o del pretigioso Instituto Wildenstein pudieran siquiera sospechar algo.

El clan Greenhalg estaba conformado por su padre, su madre y su hermano. El padre se encargaba de las negociaciones directas con los clientes; con sus casi noventa años, anclado a una silla de ruedas, convencía a los compradores con su aspecto de anciano benevolente. La madre, Olivia, hacía las llamadas telefónicas más estratégicas, siempre haciéndose pasar por otra persona, y Georgie, el hermano mayor, se encargaba de buscar los recursos que Shaun necesitaba para llevar a cabo su meticuloso trabajo. Todos, como una familia feliz, vivían juntos en una casita en la ciudad de Bolton, al Noreste de Inglaterra.

El talento de Shaun se aplicó a diversidad de temas, técnicas y materiales. Falsificó óleos, esculturas, cerámicas, bajorrelieves, fotografías, dibujos, acuarelas. Trabajó con metales, porcelanas, mármoles, y no se conformó con plagiar el arte moderno sino que hizo excelentes contribuciones al arte antiguo. Como ocurre con la mayoría de los falsificadores, Greenhalg padeció la falta de reconocimiento, y canalizó su enorme amor por el arte a través de la realización de estos homenajes.

En muchos casos acompañó sus obras con cartas personales de los artistas, pliegos sucesoriales, antiguos testamentos y una larga lista de títulos y documentos con la que pretendía legitimar la autenticidad y procedencia de sus obras. Todos ellos, por supuesto, completamente falsos. Se trataba, pues, de una verdadera máquina de producción de mentiras. Toda una inteligencia ficcional puesta al servicio del fraude.

Durante diecisiete años consiguió estafar a centenares de clientes y sus obras fueron orgullosamente exhibidas en los mejores museos del mundo. Se ignora cuánto dinero habrá obtenido por sus picardías, aunque la cifra sin duda es millonaria. Jamás hizo ostentación de su fortuna, y él, junto a toda su familia, continuó viviendo en aquella humilde casita de Bolton. Es más, cuando la policía allanó el domicilio en el año 2006, comprobó que las condiciones en que vivían los Greenhalg no sólo eran sumamente modestas, sino poco menos que miserables.

Fue famosa su falsificación de Gauguin, “El fauno”, que logró vender al Instituto de Arte de Chicago, donde luego se haría una retrospectiva del artista francés, y se incluiría la escultura de Greenhalg, como flamante adquisición. Allí, al lado de Gauguin, Shaum debió sentir que su talento alcanzaba el Olimpo. Un Olimpo que para él, y a pesar de su talento, estaba negado.

Más tarde vendió al museo de Bolton, por casi medio millón de libras esterlinas, una estatuilla de alabastro del antiguo Egipto, datada en 1350 AC. Tras haber sido autenticada por especialistas de la casa de subastas Christie´s y curadores del British Museum, la “Princesa de Amarna” fue exhibida durante varios años en la prestigiosa Hayward Gallery y en el mismo Museo de Bolton. Pero al intentar una estafa similar, esta vez con un friso asirio, los Greenhalg levantaron sospechas y tras una larga investigación, fueron capturados.

Hoy en día, desde la cárcel, Shaun Greenhalg observa con inmenso orgullo cómo su obra es motivo de una muestra retrospectiva en el Victoria and Albert Museum de Londres. Por primera vez en su vida, sus creaciones vienen firmadas con su nombre, el nombre de quien las creó. Si bien obtuvo mucho dinero con su habilidad para el engaño, jamás ganó prestigio. Los historiadores y académicos del arte se lo negarán, pero los detectives de Scotland Yard ya se lo otorgaron.

Viendo todo esto, no puedo más que concluir que mi biblioteca de libros plagiados, falsificados e inauténticos es una idea perfectamente viable. Voy a proponer cuanto antes el proyecto a la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y no a otra ciudad ni a otra secretaría, por la sencilla razón de que el Santo Patrono de esta biblioteca no puede ser otro que el inconfundible Pierre Menard, autor de El Quijote.

Publicado en http://prodavinci.com/2010/02/04/si-es-falso-mejor/