Hace varios años, cuando vivía en Madrid, me dio por ir tras la pista de José Antonio Ramos Sucre en Europa, sin duda la etapa más oscura y enigmática en la vida del poeta. Sin yo ser una especialista (ni en Ramos Sucre ni en nada parecido o desaparecido) tuve la disparatada idea de despejar las huellas mejor borradas de nuestro poeta cumanés, y lo primero que se me ocurrió fue escribir al Troppeninstitut de Hamburgo:
Hola, soy profesor del Colegio de Altos Estudios de Cultura y Literatura Venezolanas (mentí), dedicado a la vida y obra del poeta J.A.R.S (mentí otra vez), quien estuvo internado en esa institución en 1930. Cualquier información, por mínima que esta sea, me será de enorme utilidad. Gracias.
Me respondió la jefa del servicio de comunicaciones del Troppeninstitut con una puntualidad germana. Pero sus noticias eran desalentadoras: los archivos del instituto correspondientes a 1930 habían desaparecido en un incendio tras el bombardeo que destruyó buena parte del edificio (y de la ciudad) en 1943.
Tras este tropiezo, intenté ponerme en contacto con alguna persona en Merano (norte de Italia, provincia de Bolzano), el lugar donde Ramos Sucre fue a respirar los aires salutíferos de la montaña, por recomendación expresa de los doctores de Hamburgo. Di con las señas del cronista de aquella ciudad bilingüe (límite entre Italia y Austria), y me presenté como un “Doctor en Lenguas Romances, encargado del área de investigación histórica y literaria de la Universidad Pontificia de Caracas, y líder del proyecto de reconstrucción de la memoria de los poetas latinoamericanos, capítulo Venezuela”.
El cronista (cuyo nombre lamentablemente no recuerdo, pero a quien podemos llamar Enrico, el buen Enrico) se tomó el tiempo, el trabajo, la paciencia y el entusiasmo de rastrear algún vestigio de nuestro bardo cumanés en aquel bucólico pueblito.
¡Albricias! Al cabo de dos semanas llegaron a mi buzón de correo, escaneados, un mapa antiguo de Merano, dos fotos de la época del sanatorio donde Ramos Sucre estuvo internado, la cartilla de médicos que atendía por aquella época, y una lista de los tratamientos que dispensaban a los pacientes que pasaron por allí en 1930. De este último documento se podía inferir qué tipo de tratamiento había recibido el malhadado José Antonio.
No es difícil imaginar que nuestro poeta sufría una depresión extrema, aunque esto nunca se dijo, y yo no soy quién para afirmarlo. Pero pienso que si le hubieran diagnosticado algo parecido a eso, habría recibido una paliza de electroshock, tan común para la época. Por suerte los egregios médicos alemanes equivocaron el diagnóstico, y no fue necesario semejante animalada.
Con todos esos documentos en mis manos, y junto a otros que Enrico prometía enviarme a la brevedad pero que nunca envió, fantaseé con la literaria idea de un Ramos Sucre paciente de Freud, o de Jung, y herví mi cabeza pensando en escribir algo, una especie de La montaña mágica (montañita, más bien) donde el poeta, cual Hans Castorp, echado en las tumbonas del sanatorio (el de Merano, por las fotos, era un verdadero spa de lujo, muy parecido al de la novela de Mann) dialogara con otros enfermos, y sobre todo dijera cosas tan increíbles como las que decía en sus poemas.
Sin embargo, el asunto del género me atormentaba: ¿qué iba escribir? ¿una novela? ¿un cuento? ¿acaso una docu-ficción? (¿existe algo llamado así?) En algún momento tuve la ilusión de tener en mis manos una primicia (eso pensaba en mi tonta cabeza), un tubazo, como dicen los periodistas, y por lo tanto lo más indicado hubiera sido realizar un extenso reportaje que pudiera vender a diversos medios (en aquella época necesitaba vender hasta mis calcetines).
Recuerdo que una vez estuve a punto de pasarme por Merano, incluso cuadré una reunión con Enrico, quien me ofreció alojamiento en su casa. Pero al final no se qué diablos pasó, no tuve tiempo ni dinero, quizás tampoco ganas, y nunca conocí Merano. Y como la realidad suele tener la forma de una inmensa muralla (y muchas veces la de un abismo) no hice absolutamente nada, dejé el tiempo pasar y no escribí ni una línea. Además, a los pocos meses me separé, y tras mi salida de Madrid esos documentos quedaron en un limbo, completamente inaccesibles.
Ahora no tengo nada. Ni fotos escaneadas, ni docu-ficción, ni reportaje. Nada. Ni siquiera el e-mail de Enrico. Sólo me quedan estas desbaratadas anécdotas que, como mucho (aunque no es poco) servirán para tomarme unas birras con mi amigo Rubi Guerra, narrador de raza para quien no fueron necesarias ni fotos escaneadas, ni cartillas médicas, ni remotos tratamientos italianos para escribir su premiada novela La tarea del testigo.
* La tarea del testigo fue Premio de Novela Rufino Blanco Fombona. Se puede leer la reseña (también premiada) de Carolina Lozada acá.
9 comentarios:
Gustavo,
Qué sabroso tu texto. Creo que este cúmulo de anécdotas también le pueden interesar a Víctor Azuaje, a quién públicamente reclamo un libraco (académico) sobre JARS. Espero que no agotes tu intención con esta entrada... es más, parece un comienzo (que no te saques el clavo, digo). Aún estoy por leerme la novela de Rubi Guerra, inquietud que ya sembró la reseña de Carolina.
Abrazo pues.
Gustavo, hubo una época en que me gustaba ir a la biblioteca pública. Y entre lecturas de narrativa, siempre abría la obra de Ramos Sucre. Tan constante fue la costumbre que me aprendí el “Preludio”. Leía hasta que me daba el hambre de la hora de la merienda y salía a comer golfeados al frente de la biblioteca. Los golfeados que vendía Oscar, un guapo muchacho de ascendencia italiana. Así que leía a Ramos Sucre, comía golfeados y me enamoraba (sola) de Oscar, todo en una misma tarde. Bueno, pero lo de Oscar no viene al caso, esto es sólo una confesión trasnochada, lo que quería decir es que hace como dos años o un poco más, me encontré a Rubi Guerra en la biblioteca nacional. Él estaba escondido entre un montón de libros, en la sala Andrés Bello. Yo me acerqué y rompí las reglas universales de mantener silencio en una sala de lectura. Ya sabía que Guerra andaba tramando algo; en una temporada que viví en Cumaná me contó que tenía una tesis sobre un sanatorio suizo, Kafka y Ramos Sucre; andaba emocionado con su teoría. Y estaba en eso, investigando. Al tiempo apareció con la novela. Lo del premio me enteré por Julián Márquez, escritor y miembro del jurado, quien me dijo que “La tarea del testigo” estaba muy bien escrita y la historia estaba bien construida. El discreto amigo no había hecho público la noticia de su premio (la modestia de Rubi es tan escandalosa como su apellido).
En fin, voy a decir lo mismo que le dije a Lluís Salvador (el amigo de las Lecturas errantes): habrá que buscar los modos de “traficar” esta novela. La distribuidora nacional del libro envía pocos ejemplares a las Librerías del Sur, y en el resto de las librerías casi no se consigue.
la memoria puede más que la realidad, así que Merano no está lejos, algún día podrías propiciar ese encuentro. gracias por tu blog tan lleno de frescura y buen escribir.
Creo que podrías contribuir con un estante, aún incipiente, de libros sugeridos por Ramos Sucre. La novela de Rubi es sin duda un volumen espléndido de esa biblioteca de especulaciones narrativas o documentales; habría que asaltar los depósitos de El Perro y la Rana para que finalmente se pueda traficar con ella. Lo que tú, Gustavo, propones como “desbaratadas anécdotas” empieza a alzarse entre la niebla como otra tarea de otro testigo. La investigación no tiene que ser concluyente ni exitosa, esos jirones que tienes son el fundamento de un montón de asuntos. Un experimento biográfico: ése es, de hecho, el subtítulo de un libro magnífico y encantador escrito por A. J. A. Symons, “En busca del barón Corvo” (lo editó hace años Seix Barral). Se trata de eso, de la pesquisa, no del hallazgo. Al fin y al cabo, en un plano distinto, las novelas de Bolaño están fundada en algo semejante (en “Los detectives salvajes” por fin se encuentra a Cesárea Tinajero, en “2666” los pobres críticos nunca dan con el paradero de Archimboldi). De modo, Gustavo, que a animarse: Dios y la Patria os lo demandan (¡uy su madre!)…
The Cuatreros: Hay fiesta en la casa de Asterión. El whisky es adulterado, pero no sabe tan mal.
Que interesante experiencia, por lo menos aún te quedan los recuerdos, y si algún día los pierdes hiciste bien en compartirlos, espero no surja una epidemia de alzheimer
Gusto en visitarte
Pues si, el sr Guerra de alguna manera le llegó esa idea que usted alguna vez dejó en el aire. Bravo por él, y por usted también que confirma eso de que todo en el mundo está conectado.
Natasha: gracias por la apreciación gustativa,
gastronómica, ¿palativa?... mi sueño era convertirme en chef...
Carolina: dos cosas fundamentales de tu comentario: 1) Oscar y los golfeados, 2) la manera de traficar la novela de Rubi (se me ocurre hablar con los piratas de Somalia a ver qué proponen)
Por lo pronto espero pacientemente mi ejemplar que, según dice el autor, ya está en camino...
Mharia: gracias por animarme a comprar un pasaje a Merano, se aceptan colaboraciones...
Luis: Dios y la Patria se vayan al carajo, yo me quedo como testigo del desmadre. Ah, pero antes que eso asaltemos las bodegas del Perro y La Rana. Dime cuándo y dónde.
Georgia: Alzheimer... Sí, has dado en el clavo, definitivamente esa es mi condena. Y lo de la epidemia de Alzheimer suena auténticamnete apocalíptico.
Jairo: ondas hertzianas, pelusas que el viento empuja, eso somos, eso nos conecta on the air.
Gracias.
Sigo pasando por acá. Lindo texto (es una forma de decir que me gustó). (Que me gustó mucho). Un abrazote mi pana.
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