15 sept. 2008

Vuelo nocturno


Antoine de Saint-Exupéry odió Buenos Aires:
en esta ciudad soy un prisionero… Buenos Aires, ciudad lúgubre… gentes tristes y ni un lugar donde pasear… detesto tanto la Argentina, y sobre todo Buenos Aires… una enorme ciudad de cemento….


Vivió en el sexto piso de la galería Güemes en la calle Florida durante más de un año. Llegó en 1929 para hacer los primeros y arriesgados vuelos nocturnos en Argentina para la empresa Áeropostale, la misma que años después se llamaría Compagnie Générale Aéropostale, y que en 1933 pasaría a ser Aeropostal, la conocida línea aérea venezolana.

Vivió en una soledad absoluta. No tenía amigos. No tenía mujer (conocería a Concuelo Suncin, su mujer, meses más tarde) No conocía más que a sus colegas pilotos. Había publicado dos libros, pero aún no era el autor célebre que luego sería. En una época en que hervía la vida literaria en Buenos Aires: las revistas Martín Fierro, Proa, Sur, las tertulias, Borges, Macedonio, etc., sólo tuvo por compañía un cachorro de foca que había adquirido como mascota y que vivía en la bañera de su departamento.

Pero odiar una ciudad, o sufrir de una soledad tal que necesitemos la compañía de una foca, no es tan inquietante como el hecho de que, en semejantes condiciones, Saint-Exupéry escribió la que sin duda es su mejor novela: Vuelo nocturno. Y esa novela no podía hablar de otra cosa: la lucha de un hombre, Fabien, un piloto, que vuela casi a ciegas, en medio de una tormenta, en mitad de la noche.

Siempre me ha inquietado el hecho de que en algún cuarto de alguna pensión, escondida, ignorada y completamente sola, haya una persona pensando, imaginando, inventando, escribiendo algo.

Saint-Exupéry escribió la epopeya de un piloto nocturno, mientras la ciudad donde vivía prácticamente no existía para él. Cuando no estaba arriba de un avión, se encerraba en un cuarto a novelar su propia experiencia.

Voló casi a ciegas por los cielos nocturnos de Suramérica, en una época en que apenas había una vieja brújula para orientarse, la comunicación con tierra se hacía a través de un primitivo radiotelégrafo, y sólo se contaba con la vista como única guía en medio de la noche.

Escribir se parece mucho a estos vuelos nocturnos.

Pero la brújula de quien lo hace suele estar averiada, no hay comunicación con ningún radiotelégrafo, la vista a menudo está nublada, y sin embargo no hay nada heroico en ello.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

joder... que buen post

un saludote

Gustavo Valle dijo...

Gracias, Newton.
Devuelvo saludote y la seguimos.

Johan Bush Walls dijo...

Miré usté, las casualidades de la vida, claro que no es nada del otro mundo, pero escribí, un día cualquiera, un cuento sobre este señor, de seguro no fui el primero ni el último, igual que ahora todos están escribiendo sobre Foster Wallace.

Salú pue.

Gustavo Valle dijo...

Gracias por la visita, Johan. Es que las casualidades nos mantinen vivos.
Salú